El dolor es la sensación física y psicológica que percibes cuando te impactas con la realidad, cuando tu mente y tu ser chocan con el mundo real; ya sea que la realidad te golpee, como cuando la vida te quita algo o a alguien que amas, o que seas tú el que te estrellas contra ella (no obtener lo que te propusiste porque no te esforzaste lo suficiente o porque alguien se interpuso en tu camino).
El dolor es real, es algo que no puedes convertir en una racionalización, es además tan fuerte que podría literalmente acabar con tu existencia. Al estudiarlo en profundidad, encontré que tiene 7 modalidades o categorías que agrupan todas sus formas: El abandono, el rechazo, el fracaso, la frustración, la pérdida, la traición y la muerte.
La vida no tiene misericordia de nadie, es una fuerza descomunal que se recrea y se destruye en un flujo dinámico constante (muerte y creación); como dijo Bruce Lee “Esperar que la vida te trate bien por ser buena persona, es como esperar que un tigre no te ataque por ser vegetariano”.
El dolor es el gran maestro, el que no permite que te olvides de las lecciones importantes para sobrevivir y para desarrollar todo tu potencial.
Por su parte, el sufrimiento es la amplificación, desproporción y distorsión irracional del dolor. Es lo que se siente cuando con nuestro pensamiento magnificamos el dolor convirtiéndolo en algo inmanejable, en un monstruo insalvable.
El dolor es real y el sufrimiento una opción; en aquél nos golpea la realidad y en este procesamos esa sensación de una manera desproporcionada e irracional. El sufrimiento es la forma distorsionada como procesamos el dolor.
El dolor no es infinito, no es eterno, nace, se desarrolla y desaparece; nos queda el recuerdo de la sensación, pero si lo procesamos con objetividad, enfocados en la lección de vida que nos deja, si extraemos el aprendizaje y la sabiduría de cada evento doloroso, llegará pronto el día en que esa sensación que generó tanta tristeza, sea ahora recordada con gratitud y humildad. Por el contrario, si seguimos distorsionando, amplificando y alimentando las sensaciones del dolor, ese sufrimiento nos llevará a lugares oscuros sacando lo peor de nuestro interior, la locura y la maldad.
No es el dolor lo que nos destruye, sino nosotros mismos los que nos hacemos daño, aún más daño; es la forma distorsionada como procesamos el dolor la que nos hace perder la razón y querer devolver ese dolor a quien lo provocó o a quien se atraviese por nuestro camino.
¿Qué hacemos con ese impacto, con esa energía que produce el golpe de la realidad, qué hacemos con el dolor? Nos quejamos, lloramos, maldecimos, culpamos o buscamos responsables. Esta energía reactiva, está respuesta cognitiva se transforma emocionalmente en resentimiento (una mezcla de ira y tristeza), que de alimentarse o reforzarse con el pensamiento podría llegar a generar el estado emocional del rencor (mezcla de pensamiento y emoción más intenso y duradero) hasta alcanzar finalmente al sentimiento permanente del odio, todo lo realmente opuesto al amor.
Este resentimiento no lo sabemos manejar ni controlar y lo redirigimos lejos hacia el exterior o hacia lo más profundo de nuestro interior, ambos extremos lo más alejados posible de nuestra consciencia.
Cuando intentamos comprender porque ocurrió, las causas de lo sucedido, sin una guía experimentada (sin alguien que nos enseñe a recorrer ese camino), le echamos la culpa a otros, a la vida, a la sociedad, a Dios, o nos la echamos a nosotros mismos, condenándonos por nuestros errores, acciones, decisiones y/o deseos. En el primer caso nos convertimos en víctimas y en el segundo en culpables.
En la culpabilización, nos juzgamos sin misericordia, descalificando nuestras acciones y nuestro ser: soy lo peor, un estúpido, una mierda, un maldito! Este juicio lastima nuestra autoestima haciéndonos creer que no merecemos nada bueno, ni amor, ni felicidad, ni éxito ni riqueza.
Nos resentimos contra nosotros mismos y empezamos a odiarnos, activando el instinto de muerte y sus impulsos de auto sabotaje y autodestrucción. En el fondo no creeremos merecer nada bueno y empezaremos a atraer lo que realmente creemos merecer: sufrimiento, castigo, enfermedad y muerte, o todos a la vez. Esto nos lleva a una vida miserable, sufrida y maldita.
Del otro lado está la victimización, donde todo este resentimiento se dirige al exterior, la ira por la injusticia y la tristeza por haber recibido un dolor inmerecido te llenan de rencor y odio hacia los demás, hacia la vida, la sociedad o hacia Dios si crees en un ser superior.
La víctima queda mentalmente invalidada, minusválida, castrada. Se castiga permanentemente recordando lo que le hicieron; su mente queda anclada al pasado convirtiendo el dolor en un sufrimiento insuperable.
Ni perdonas ni olvidas, sin importar que el veneno que produce te consume y te destruye. En la mayoría de los casos nunca se obtiene justicia ni venganza, pero sí la toxicidad corrosiva de los pensamientos, las emociones y las actitudes.
Nuestro proceder se convierte en una queja constante, en un lamento reforzado por la lastima de quien se apiade de nosotros. Este refuerzo de atención nos convierte en juglares del dolor, en los bardos del sufrimiento que a donde vayamos, contaremos y cantaremos nuestras desgarradoras desgracias.
La reaccion depende de la naturaleza del dolor; en ciertos casos, lo más probable es que lo asumamos como víctimas culpando al exterior como en el caso del abandono, la frustración, la traición y la muerte. En otros sin embargo, como el fracaso, el rechazo, la pérdida y según las circunstancias también la muerte, el dolor se dirigirá hacia el interior culpándonos de lo ocurrido.
Con el tiempo y la suma de nuevas experiencias dolorosas, podemos convertirnos en personas resentidas 360°, rencorosas consigo mismas y con lo que les rodea, odiando a todos por ser al mismo tiempo víctimas y culpables. En esta situación el nivel de sufrimiento es inmanejable, intratable, prácticamente insanable; se requiere ayuda profesional.
Lo peor es que estas personas no se dejan ayudar, porque si tratas la faceta culpable se excusan y refugian como víctimas o viceversa. No saben perdonar, ni quieren comprender lo ocurrido o mucho menos aprender de la experiencia, le han dedicado muchos años y energía a construir su realidad sufrida, “el infierno que amamos”.
Si queremos realmente sanar necesitamos comprender (con empatía ponerse en el lugar del otro y descubrir si nosotros en su lugar y en sus mismas circunstancias hubiéramos podido obrar de otra manera), perdonar (con compasión tener misericordia del error o maldad ajenas, no por ellos, sino para liberarnos del veneno emocional, del resentimiento y el rencor), aceptar el cambio en la realidad y darnos la oportunidad de empezar de nuevo, tomar acciones con más experiencia, más sabiduría, más humanidad.
De este proceso, lo más difícil es perdonar, renunciar al derecho de la venganza o de la justicia por el daño recibido, pero aún más dificil es perdonarse a uno mismo por sus errores, malas decisiones y en especial por el daño que le hemos causado a otros. No hay psicólogo que pueda hacer que te perdones, es tu propia cruz y sólo tú decides cuan pesada será y por cuanto tiempo la cargarás.
He decidido renunciar a ser una víctima; nunca más seré una víctima, nadie tiene el poder de lastimarme, sólo yo mismo; yo creo mis circunstancias con mis decisiones, y si pierdo o salgo herido, fue porque asumí ese riesgo, así que no voy a lloriquear ni a lamentarme por experimentar dolor.
También decidí que no voy a arrepentirme más de haber vivido lo que viví, de mis decisiones, de mi proceder, de mis deseos ni de mi naturaleza; no voy a sentirme más culpable de haber vivido lo que decidí vivir ni por ser quien soy. El dolor que le causé a otros es parte de la vida y espero que como a mi, les haya permitido encontrarle un sentido a su existir y ser más sabios, más humildes.
Sigo aprendiendo del dolor, procuro no causárselo a nadie, especialmente a mi mismo y lo acepto como una parte fundamental de la vida, llena de altas y bajas.
Esta entrada está dedicada a mis amigos Felipe, Richard, Jairo, Diana y Myleida; están buscando el equilibrio entre estos extremos y aprendiendo a interpretar de una manera más funcional el dolor. Espero que este escrito sea de utilidad en esa búsqueda.
Este es apenas uno de los temas que abordo en el Tomo V de la colección Sagrada Oscuridad titulado "Dolor y sufrimiento", que publicaré pronto. Si quieres una copia antes de su lanzamiento, escríbeme. También de esta reflexión escríbí varias canciones, entre ellas "altas y bajas", "mientras aprendo a volar", "en el fondo de mi ser", "el dolor más grande" y "bailando con la muerte". Te dejo los links por si quieres escucharlas.
Con cariño,
CERO
Gracias Dr. Carlos Restrepo. Es maravilloso un artista que comprende y ayuda por medio de sus canciones y escritos a la humanidad. Lo admiro mucho. Siempre en mi 💓